CRONICA DEL PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE GUADALCANAL
Era la una de la tarde, el cine teatro municipal rebosaba de
olor a incienso. El público iba llegando y poco a poco se iban cubriendo los
huecos del patio de butacas.
La banda de música Nuestra Señora de Guaditoca ocupaba ya
sus sillas plegables delante del escenario. Nada quedaba para que la marcha
Amarguras empezara a sonar.
Fernando Flores, un joven Sevillano y vinculado
“cofrademente” a Guadalcanal aguardaba entre bambalinas, llevando como en un
abrazo la carpeta que contenía su obra. Había sido costalero en varias
cofradías pero le faltaba un escalón en esta escalera que es el mundo
“Semanasantero”. La maestría de su pluma y el temple de su voz tenían que ser
puestos de manifiesto en Guadalcanal, su pueblo cofrade y donde residen las
raíces de su esposa.
Siete estandartes permanecían estáticos, como siete abrazos
de calor y ánimo que cada Hermandad dedicaba a su pregonero.
La estampa de Nuestro padre Jesús, del nazareno de
Guadalcanal , presidía el atril. Y a su lado, como queriendo pasar
desapercibidos, casi ocultos por el humo del inciensario…. Un martillo y un
costal.
Tras unas palabras que la presentadora y pregonera del año
anterior, Cloti Sánchez, dedico a nuestro pregonero, aparecía en el escenario.
Ansioso por deleitar a su público, ansioso por sacar fuera lo que guardaba
desde hace tiempo.
Entonces, aquel martillo y costal empezaron a cobrar vida.
¡Al cielo con él, Fernando! ¡ Al cielo con un pregón
fraguado en la trabajadera!
Y el costal se ciñó a su cuello para deshojar bajo maderas,
las vivencias cofrades de este joven pregonero, que levantaba el caluroso
aplauso del público en cada chicotá.
Si señor, un pregón costalero, sentido y cercano. Un pregón
navegando en una perfecta descripción adornado de preciosas metáforas. Un
deleite para el oído cofrade.
Unas letras que fueron pasando por diferentes calles de
Guadalcanal sin perder detalle para desembocar en el Palacio.
Un texto que encerraba desde el momento previo a la salida,
el vivir la madrugada en un sillón permaneciendo a la espera del clima, hasta
la más emotiva de las levantás , dedicada a cualquier hermano que la contempla
en el balcón de la gloria.
Lo dicho, un pregón bajo trabajaderas de la mano del más
experto capataz de las letras: Fernando Flores.
Un acto que cerraba con tres “marchones” como le llamarían
los cofrades. Yo le pondría mayúsculas MARCHAS, porque no cabe llamar de otra
manera al trabajo incansable de la banda de cornetas y tambores Cristo del
Amor.
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