viernes, 7 de enero de 2011

TRAS AQUELLA VENTANA

Me encuentro sentada en mi vieja mecedora, y el crujir de su madera antigua me delata que es el único lazo de unión con el pasado.
Descorro los visillos de mi cortina de terciopelo veneciana y a través del empañado cristal que ha dejado el vaho del invierno, puedo ver como el hijo de mi vecina llega a casa en su audi a4 después de haber terminado su master de programación en la universidad de hadward .Ni siquiera se lo que ha terminado ,según me cuenta mi nieta es algo que ha aprendido para hablarle a las maquinas.
Pero la pesadez de mis viejas pupilas o tal vez el anhelo de añoranzas remotas acaban de devolverme a mi vieja calle empedrada, dónde crece la hierba fresca y florecen las margaritas. Es el más remoto recuerdo que conservo de mi vieja calle.
El día que nací en la misma habitación dónde me encuentro, la hierba estaba recién cortada y mi hermana mayor había regado las piedras mientras mi madre postrada en un catre de metal niquelado le daba instrucciones. Era invierno y a las seis de la tarde ya encendieron el candil para alumbrar un parto que duraría hasta el alba , y por fin entre los desesperados gritos de mi madre, el esfuerzo realizado por mi padre y hermanos y las tazas de chocolate que habían llevado las vecinas, consiguieron que mis ojos abandonaran la oscuridad del útero materno para ver la primera luz del día en una calle empedrada donde el paso de las yuntas de la amanecida se pararan ante la vieja puerta de madera carcomida a contemplar la buena nueva.
Corrían tiempos difíciles, muy difíciles para todos, y en la vieja taberna que regentaba mi padre se anunciaba la agonía de la republica ante el temor de la inminente guerra civil.
Mi mente de apenas cinco años, era incapaz de asimilar aquel juego de palabras que entre risas y tintos pero con cara de preocupación comentaban aquellos hombres, y se limitaba cada tarde a descorrer las cortinas de lona gris que ocultaban el único cristal que le quedaba a la ventana de mi casa. Tras ella, la vieja fachada de piedra de la iglesia y señoras que acudían provistas de velo libro y rosario ,el ir y venir de las cantareras a la fuente llevando su cántaro en el cuadril , mientras en un corro de niñas se jugaba a la rueda y un truque dibujado en la tierra que borraban las muchachas paseando y luciendo un ramillete de jazmines en el pelo mientras los mozos las esperaban en las esquinas para piropearlas.
Los cristales de aquella ventana fueron dejando de existir poco a poco y el frío del invierno nos convocaba a todos en los adentros de la casa alrededor de la chimenea donde mama y abuela pelaban las patatas y mis hermanos y yo nos debatíamos sobre si hoy comeríamos o no las cáscaras. Como dije , eran tiempos de escaseces y el gran festín nos lo dábamos cuando abuelo salía de caza y le sonreía la fortuna.
Mientras las voces de los soldados en la calle y el estallar de bombas lejanas nos encogían el alma, nos sentábamos tras la ventana al pie de mi madre que ya había ocupado la vieja mecedora, a rezar un rosario que mi padre le había fabricado con huesos de algarrobo Entre pater noster y ora por novis la voz de mi madre se iba notando cansada y mis ojos de niña ya casi mujer se iban adentrando en el sueño hasta quedar echada sobre las rodillas de mi madre . Y es el mismo crujir de la misma mecedora quien me devuelve a mi calle asfaltada, a mis cortinas de terciopelo venecianas y al audi a4 del hijo de mi vecina.
Es entonces cuando me doy cuenta que el recuerdo de aquellos maravillosos tiempos se Lo debo y se lo seguiré debiendo siempre y mientras siga aguantando a mi cuerpo al crujir de la madera de aquella vieja mecedora.