jueves, 23 de diciembre de 2010

LA NOCHE DE NOCHEBUENA

Otro año más llega la Navidad. Los niños de San Idelfonso con su dulce y melódica voz nos anuncian una lluvia de millones entre botellas de cava que se descorchan. Esas voces en los televisores de todos los hogares son el pórtico de unos días llenos de festejos deslumbrantes, que pasan a nuestro lado dejando el simple sabor de que otro año más ha pasado.
La plaza del pueblo está aun más hermosa. Un cúmulo de luces de colores se agolpan alrededor de un árbol gigantesco que ilumina la pequeña estancia que la rodea.
La gente corre de aquí para allá cargada de paquetes que se sumergirán por las chimeneas de los hogares, en honor de aquel viejo barbudo legado de tierras extrañas.
Y en las mesas, finos manteles acogerán todo tipo de manjares entre risas y brindis al calor de un fuego que se consume lentamente como la vida misma lo va haciendo entre sus vanalidades.
La noche era fría. En aquel hogar no había luces de colores ni manjares. El viento helado de la nochebuena traspasaba los cristales rotos de la única ventana que lo iluminaba.
Un par de mantas eran más que suficiente para cobijarle del frío invierno que duramente se revestía contra sus huesos.
Él podría llamarse Juan, o Luís, o Antonio que más da su nombre. Porque hacía tiempo que nadie lo nombraba. El eco de su voz también se había apagado, se había secado en su garganta donde solo había lugar para el escaso trozo de pan que tenía para llevarse a la boca.
Pero la noche dibujaba su hermosura sobre aquellas viejas paredes que desvanecían su encalado, reflejando la tenue luz de la luna en las baldosas desgastadas por el paso de los años.
Él recordaba otros tiempos, recostado en un rincón al calor que le brindaba la pobreza de sus mantas.
De pronto la tenue luz que se adentraba por las grietas de los cristales se hizo más intensa y su luminosidad inundó la pequeña sala.
Una estrella destacaba entre las demás en el firmamento y el halo de su belleza volvía cálido el frío de la noche.
Él abrió los ojos como queriendo aferrarse a la vida. En ese último intento escuchó el dulce llanto de un niño recién nacido. Ese niño le tendió la mano y las pocas fuerzas que le quedaban para levantarse de su gélido rincón, se acrecentaron de manera sorprendente.
Aquel recién nacido era el niño Dios. Y en esa noche fría de nochebuena había elegido las viejas paredes de aquel hogar, para hacer reaparecer la verdadera Navidad.


Que esa Navidad nos llegue a todos al corazón y sea el punto de llegada a donde nos lleve el camino del adviento.

FELIZ NAVIDAD

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